El Topo es el Pueblo

Un día como hoy, hace trece años, nacía el festejo más famoso de la historia azul y oro. Riquelme quedaría inmortalizado, como tantas otras veces, por su fútbol y sus convicciones. Una pequeña reflexión de un servidor para el Pueblo Riquelmista.

Por Canción Ulloa (@CancionUlloa)
Image

Las manos con las palmas se acercan y envuelven las orejas. Los tapones se afirman y se hunden cerca de la línea de cal, de cara a las plateas y al palco presidencial. ¿Estás ahí Flopy? ¿Te gusta el Topo Gigio que está haciendo papá? La cara impoluta, inmutada, sin un esbozo de sonrisa. Esa que le critican porque no pueden meterse con su fútbol.

Macri reza nervioso enfrente, en un palco VIP, para poder irse del partido sin que nadie lo moleste. Pero no puede festejar porque tiene una daga clavada en el pecho, dos manos en forma de Topo que forman una cicatriz que trece años después todavía está abierta.

¿El negrito de la villa, el cabeza, plantado, con escasos 22 años y tan sólo unas Copas en su haber, se va a enfrentar a mí, hijo del poder, criado en el seno de quienes deciden la suerte y desgracia del país desde tiempos inmemoriales? La cruz está hecha para siempre.

El Topo Gigio se inmortalizó un día como hoy hace trece años y será un ejemplo de rebelión para siempre. Una muestra de carácter del pueblo oprimido, desgastado y vapuleado por la clase dirigente, empresarial, que tanto daño le ha hecho a este país y a las clases humildes. Porque Riquelme no sólo juega al fútbol. Y es pueblo.

Trece años de que ese flaco distinto con los pies y la cabeza le haga un Topo a todos aquellos que le hacían la vida imposible a él y sus compañeros, a quienes preferían verlos caer, porque, como decía Bermúdez, «Macri es un millonario que también quiere quedarse con nuestra plata». Un Topo que invitaba a todos ellos a escuchar la ovación a un verdadero ídolo, a él, al verdadero protagonista de esta historia tan gloriosa. Porque si hay algo que no pueden comprar es el amor de la gente.

Porque les duele el protagonismo de las clases bajas. Les duele, a los dirigentes, no ser ellos los protagonistas. Pero Riquelme asumió el rol protagónico, pero no sólo con fútbol: lo asumió como líder. Se expresó, a través de su botín derecho, de sus acciones, de su discurso, de sus gestos y de sus silencios. Y le costó más de quince años de guerra.

El domingo, en vísperas del decimotercer aniversario del festejo más famoso de la historia xeneize, se volvió a repetir, un medio topo, de cara a periodistas y barra brava, en el arco de Casa Amarilla. Más de una década después, con cantidad de títulos mediante, goles, alegrías y demostraciones de grandeza, la historia sigue vigente. Porque la herida no cierra.

¿Acaso no era más fácil ese 8 de abril hacer el gol, abrazarse con sus compañeros y seguir jugando? ¿Acaso no hubiese sido más cómodo ser el mejor dentro de la cancha y un súbdito, un paladín del «sí señor» fuera? Claro que sí. ¿Pero sería «Juan Román Riquelme», el máximo exponente de la historia azul y oro ese jugador? Claro que no. Porque su fútbol de excelencia, el más hermoso que han visto estos ojos, no le llega ni a los talones a sus convicciones. Y eso, con lo que ha hecho el 10 dentro de una cancha, es mucho decir.

Deja un comentario